El padre Daniele parte hacia el Perú en agosto de 1991, como sacerdote “fidei donum” de la Diócesis de Faenza y Modigliana para la Diócesis de Huari y el 1° de septiembre hace la entrada oficial en su parroquia de San Luis.
La parroquia está situada en la Cordillera Blanca y es muy amplia. La zona incluye nevados que superan los 6.000 metros de altura y desciende hasta el río Marañón, principal afluente del rio del Amazonas. Son más de 60 los caseríos dispersos dentro de la jurisdicción de su parroquia, y están agrupados alrededor de tres centros principales: San Luis, capital de la provincia, Yauya y San Nicolás. No hay carreteras, en el interior: sólo se puede ir a pie o a caballo. La situación religiosa es desastrosa: la ausencia de un sacerdote se siente mucho. El padre Daniele comienza a llevar el peso que debe acompañar siempre a un sacerdote: intenta llegar a todas las comunidades, aún a las más distantes.
La casa parroquial es el punto de referencia para los pobres, ellos necesitan de todo; varios son los voluntarios italianos que se quedan en la casa con él durante temporadas más o menos largas, para ayudarle.
“Para escribir he robado este tiempo a las personas que continuamente tocan a la puerta para pedir comida, medicinas y para pedir, para pedir, para pedir... Estoy aturdido por esos acosos continuos; me resulta difícil salir de la casa: ellos me siguen, me buscan, para pedir. No sé qué hacer... me escaparía, si fuera posible, de todo esto, porque no sé decir sí, pero siento que no puedo negar la ayuda... Estoy llamado a regalar todo, sabiendo que mañana tengo que reiniciar de nuevo y regalar todavía todo. La espina me la ponen los pobres y es un dolor continuo que desearía calmar, pero no depende de mí. Es mediodía, voy a comer con los jóvenes del taller. Una viejita está aquí en la puerta de la casa No habla, mientras que otros suplican hasta cansarte. Su silencio me llega al corazón. Cierro los ojos, voy abajo para traer un tazón de sopa, hecha con fideo italiano: se la doy. Me da avergüenza: es ella que debe implorar a Jesús la gracia que me salve. Y ella me agradece con una sonrisa que me parece dulcísima. ¿Y si atrás de esta viejita tan sucia se esconde realmente Jesús?” (p. Daniele)
En marzo de 1992 prepara cuatrocientos niños para la primera Comunión. Puede así comenzar la labor del Oratorio, enseñar la devoción y la caridad, ser padre para muchos chicos, amándolos, con el deseo intenso de llevarlos a Jesús. En octubre del1992, el voluntario de la OMG Giulio Rocca, es asesinado en Jangas por manos de los terroristas. Daniele lo conoce bien y habla así de su muerte:
“Giulio murió como un mártir, no lo eligió: la situación lo ha llevado a morir con una muerte violenta parecida a la de los mártires. Ahora está claro también para mí el camino de la OMG: perder la vida hasta el martirio. Todo esto me asusta, pero al mismo tiempo siento una paz dentro de mí...”
En mayo de 1993 Daniele regresa a Italia, donde permanece unos meses. Debe curarse de una hepatitis. Vuelve a establecer relaciones con las personas y trabaja con los jóvenes en los campos de trabajo. Regresa al Perú en diciembre. Sus últimos años de vida son de intensa actividad pastoral: el tomarse en serio las necesidades, el sufrimiento de los pobres se convierte en la forma concreta, mediante la cual, poder hacer entrar en el alma del pueblo la sed de Dios. Un Dios que Daniele mismo varias veces dice no encontrar ya con la cabeza, con el razonamiento, sino sólo en el intento de amar, perder, renunciar y sacrificarse.
Vive intensamente el sentirse hijo del padre Ugo,
del cual se siente comprendido y acogido en este drama del vacío por la ausencia de Dios. Se siente llevado por la mano de una persona que, con su amor y su vida, le muestra el camino bueno para defender a Jesús y le enseña a amarlo como el bien más precioso para la salvación del alma.
Esto sentirse hijo le lleva concretamente a obedecer, incluso ahora que es sacerdote, para servir con eficacia, ayudándole en las confesiones, tocando la guitarra a su lado, componiendo las canciones que le pide, hasta hacerse portavoz de lo que el padre Ugo vive interiormente.
El padre Daniele, en mayo de 1996, vuelve a Italia después de haber recibido la noticia de la condición grave de su obispo Mons. Tarcisio Bertozzi. Nutre para él una gran admiración y estima. No logra encontrarlo vivo y por eso sufre mucho. Se queda tan sólo unos días, únicamente el tiempo para el funeral.
A su retorno al Perú, en noviembre de 1996, acoge en su casa a Eloy, un niño de nueve años de edad con dificultades físicas. De esta primera acogida nace el proyecto de la casa Danielitos, que servirá a hospedar a los niños discapacitados. Esto se haría realidad después de la muerte de Daniele.
Hubiese tenido que volver, en ese periodo a Italia por algunos meses, pero él posterga su regreso para abril del año siguiente, dejando al padre Ugo y al padre Giorgio la posibilidad de regresar a Italia en enero de 1997 a predicar los retiros a los jóvenes de la OMG.
A menudo, en las cartas de los últimos meses, dice que quiere quedarse clavado a su deber. Éstos serán para él meses intensos, porque debe asumir los cargos de los sacerdotes que han regresado a Italia y se entrega cuerpo y alma a las actividades pastorales.Queda ocho semanas consecutivas en Yanama para la fiesta de "Luz y alegría" -en preparación para el Sacramento de la Confirmación- en la cual participan cada semana desde 500 hasta 800 niños. Todos los viernes prepara los niños a la confesión, haciéndoles revivir la Pasión de Jesús. Para Daniele es el momento más importante de la semana y lo espera con emoción.
“Hoy es el día de la Pasión. Estoy sin palabras: sólo quiero llorar. Me he sentido frío. Deseaba las manos de los chicos, no pedía que me remplazaran, pero deseaba sólo que me dieran la mano. ¿Qué significa dar la mano a uno que sufre? Tenía que hablar de la muerte de Jesús: no podía decirla como un cuento de hadas. La distracción de los jóvenes se me volvía directamente al corazón como la risa del diablo: ‘¿Por qué te preocupas, por qué te agitas? Todo es inútil...’.
Por lo menos tenían que orar o mantener las manos juntas. Pero esto no se puede pretender… Debemos sólo regalar... perdonar. Me sentía como un condenado, la misma escena de la Pasión se repetía aquí. Recibí todos los golpes. Tuve que aceptarlos todos: habría sido un error no quererlos. Sólo espero que este sufrimiento sirva a alguien. ¡Lo ofrezco. Dios mío!”